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Estimados amigos y benefactores,
La Divina Providencia ha querido que nuestro joven Instituto cumpla quince años de vida en el seno de la Iglesia.
Lo primero que debemos hacer los miembros del Instituto del Buen Pastor es dar gracias a Dios Nuestro Señor por su misericordia, al habernos dado esta familia espiritual, donde podemos dar respuesta a la vocación a que nos ha llamado, al servicio de su Iglesia.
Debemos también dar gracias a nuestros fundadores, al Papa Benedicto XVI, y a todos los que posibilitaron su nacimiento.
Son quince años en los que ha habido bastante historia en nuestro Instituto, pero ahora nos toca afrontar un tiempo difícil donde la incertidumbre del futuro parece agredirnos para tratar de arrancarnos la paz, y sembrar en nuestras filas el desánimo, el temor y la desconfianza.
Nos preguntamos entonces, ¿cómo afrontar esta difícil situación no sólo de nuestro Instituto, sino de la Iglesia?, ¿Qué grano de arena puede aportar nuestro Instituto al bien de la Iglesia en estos momentos de zozobra?
“El fin general del INSTITUTO es la Gloria de Dios a través de la perpetuación del Sacerdocio Católico recibido de Cristo el Jueves Santo y transmitido hasta el día de hoy en la herencia de la Sede de Pedro, como en su fuente”. (Est. II, 1)
Nuestros estatutos nos dan la clave de nuestra respuesta a los momento que vivimos. En efecto, en ellos se marca lo que la Iglesia quiere de nosotros. Allí podemos ver como la razón misma de nuestra existencia como sacerdotes del IBP es “la perpetuación del Sacerdocio Católico recibido de Cristo”, es decir que el sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, del cual participamos, debe ser mantenido, debe ser ejercido por nosotros con el espíritu del mismo Cristo, para la edificación de su Reino; pero éste sacerdocio “transmitido hasta el día de hoy en la herencia de la Sede de Pedro, como en su fuente”, es decir, fiel a la Tradición Romana, a la cual Tradición no podemos renunciar.
Aquí tenemos entonces, la fuerza de nuestra respuesta a la situación actual, la raíz de nuestra esperanza, de nuestra confianza, la fuerza de nuestra resistencia ante las adversidades. La misma fuerza del Sacerdocio de Cristo del cual participamos en la Tradición Católica.
Como ustedes saben, el pasado 31 de agosto nos reunimos los superiores de algunos Institutos de Derecho Pontificio de la ex – Ecclesia Dei. Por cierto, yo participé sólo virtualmente, debido a que todavía tengo dificultades de salud como consecuencia de las secuelas del covid, y por las restricciones sanitarias.
Quiero compartir con ustedes algunas de las palabras que dirigí al comienzo de la reunión:
“Creo que la finalidad de esta reunión, es la de unir fuerzas en torno a las cosas comunes que tienen nuestros institutos; a saber entre otras cosas, el uso de la liturgia católica tradicional en el ejercicio de nuestro sacerdocio y de la vida de nuestras comunidades, el mantenimiento tanto de la doctrina tradicional de la Iglesia, como de la teología tradicional romana, (es decir de las escuelas teológicas romanas), basada en la enseñanza de los santos doctores de la Iglesia y la tradición teológica; además del tesoro de la espiritualidad católica tradicional y de la acción apostólica tradicional.
Digo, que somos llamados a estar unidos en torno a estas cosas comunes, para afrontar el nuevo escenario que se presenta en la Iglesia después de la entrada en vigor del Motu Proprio TC, que es evidentemente, al menos, una restricción a nuestra propia supervivencia, como institutos.
Sin embargo creo que la decisión de mantenernos firmes en aquello que es la razón misma de nuestra existencia, a saber, el mantenimiento de la liturgia de siempre, de la doctrina de siempre, de la Tradición católica, no es sólo un bien para nuestros institutos, sino sobre todo un bien para la Iglesia misma; pues cuando los caminos se tornan inciertos y a veces, claramente peligrosos, se requiere más que nunca, en mi opinión, de un referente seguro en su camino, que sea como la roca sólida sobre la que se edifique su labor evangelizadora, que a su vez es su raíz misma, que es la Santa Tradición.
En particular, mantener la Misa Tradicional, se presenta hoy como un imperativo, si se puede usar este término, para que la Iglesia no se vea en el peligro de perder totalmente,(si esto fuera posible), su vínculo con lo que realmente le hace ser tal, que es el transmitir fielmente el depósito que ha recibido de Nuestro Señor Jesucristo.
Por supuesto que somos simples servidores de la Iglesia, pero si Dios nos ha dado esta vocación tan particular en la vida de la misma Iglesia, a saber, vivir en ella, en y por la Santa Tradición, nos pide también que hagamos todo lo que esté en nuestras posibilidades para conservar este enorme bien para toda la Iglesia.
Me parece entonces, que no debemos cambiar nuestros carismas, y esto por amor a la Iglesia misma, por fidelidad a este tesoro de la Tradición, y en particular de la liturgia, y por fidelidad a la Santa Sede misma. No podemos aceptar ser acusados, de que nuestra fidelidad a la Misa de siempre, sea una infidelidad a la Iglesia o a la Santa Sede.
Los sacerdotes de nuestros institutos, nuestros fieles, pero también los sacerdotes diocesanos y de otras comunidades que celebran la misa en el rito antiguo, o que son cercanos a la liturgia tradicional, también esperan de nosotros la fidelidad al compromiso que hemos adquirido con la Iglesia, con nuestra vocación especial en ayudar a sostener la Tradición. Ellos esperan también de nosotros nuestra valentía, la luz de la doctrina, la claridad de las enseñanzas perennes de la Iglesia. También ellos exigen de nosotros el compromiso con la verdad y el testimonio de la convicción de un sacerdocio, de una vida religiosa en coherencia con lo que hemos vivido y defendido durante toda nuestra vida.
Por supuesto que nosotros no podemos pretender ser los salvadores de la Iglesia. Pero estamos llamados a contribuir en lo que nos corresponde, para el bien de las almas. No debemos abandonarlas. No solamente no debemos dejar de atenderlas pastoralmente, sino tampoco abandonar nuestro carisma particular, ni la vocación particular que Nuestro Señor nos ha querido dar”.
Me parece que estos pensamientos nacen justamente del principio expresado como fin general del Instituto en nuestros estatutos, la perpetuación del sacerdocio de Jesucristo, recibido por la Tradición de la Iglesia.
Además, la labor que pudimos realizar en esta reunión, junto con los asistentes y el superior de distrito de Europa, y que previamente consulté con los demás superiores mayores, se basó siempre en nuestros estatutos: “El INSTITUTO afirma su profunda romanidad, porque se preocupa cuidadosamente por preservar la Tradición de la Iglesia en su permanente actualidad”. (Est II, 1); y también: “La finalidad particular del INSTITUTO es el ejercicio pleno del sacerdocio, en la jerarquía y la Tradición católica, según una forma de vida adaptada a su misión y en la ayuda privilegiada de una vida común plenamente ordenada al apostolado. Supone la fidelidad al Magisterio infalible de la Iglesia y el uso exclusivo de la liturgia gregoriana” (Est II, 2)
En efecto, nuestro Instituto, a pesar de la situación actual, no puede dejar de afirmar su profunda romanidad, lo que hace sin caer en actitudes de servilismo, ni de espíritu contestatario al modo revolucionario.
Y además es capaz de discernir lo que supone la fidelidad al Magisterio infalible de la Iglesia de lo que, solamente con un carácter pastoral, es perfectamente modificable y por eso susceptible de ser opinable.
No olvidemos, que nuestros estatutos hablando de la naturaleza misma del Instituto afirma que: “Sus miembros quieren ejercer su sacerdocio en la Tradición doctrinal y litúrgica de la Santa Iglesia Católica Romana”. Aquí está entonces toda nuestra fuerza; en la Tradición de la Iglesia que no perecerá.
Seamos fieles a la Tradición. Continuemos nuestro trabajo apostólico sin dejarnos atemorizar por las dificultades. Profundicemos cada vez más en adquirir ese ejercicio del sacerdocio en la Tradición doctrinal y litúrgica de la Santa Iglesia. Profundicemos en la teología tradicional; en la acción apostólica tradicional, con la que tantos santos convirtieron las almas y edificaron la cristiandad; en la espiritualidad tradicional que ha transmitido fielmente la doctrina del Corazón del Buen Pastor; en la riqueza de la liturgia que ha sido transmitida durante tantos siglos.
Esto, por supuesto, no significa quedarse en una actitud nostálgica de lo antiguo, sino que por el contrario es beber de la fuente primera que es lo que Nuestro Señor Jesucristo ha querido dar a su Iglesia desde el principio y en toda su vida, respondiendo a los desafíos de cada época, desde la firmeza de la roca sólida de la Tradición.
Profundicemos en todas estas riquezas de la Tradición, pues es la finalidad de nuestro Instituto, y entonces, su vocación propia: porque él se preocupa cuidadosamente por preservar la Tradición de la Iglesia en su permanente actualidad. Es decir, viviendo nuestro apostolado de manera tradicional, pero respondiendo a las necesidades actuales; tal como lo haría hoy el Buen Pastor.
Queridos amigos, es tiempo ahora, más que nunca, de trabajar unidos por el bien común de la Iglesia y de nuestro Instituto mismo, dejando de lado las cosas que, si bien pueden ser importantes, son secundarias cuando hay que preservar lo que es esencial, la Tradición misma de la Iglesia.
Que Nuestra Señora, que quiso alcanzarnos la gracia de que nuestro Instituto naciera en la fecha en que se conmemora su propio nacimiento, nos obtenga la protección y el ánimo siempre ardiente por continuar en su servicio, para que su Corazón Inmaculado unido al de su Hijo divino, reine cada vez en más corazones.
8 de diciembre de 2021, en la fiesta de la Inmaculada Concepción.
Luis Gabriel Barrero Zabaleta
Superior Generalis